Mi amor por la escuela se ha profundizado
Por Jean-Wickens Merone, World Vision Haití
Con el sol de verano reflejándose en su huesudo rostro, Doudensky tiene más energía de la que parece. Sentado frente a la choza de barro de dos caras en que vive, el niño de siete años tiene una preocupación al momento de la entrevista. “Estoy ansioso de que la escuela inicie de nuevo para poder comer todos los días”. Doudensky asiste al segundo grado en la escuela evangélica de su barrio de Cerca Cavajal. Allí, los estudiantes reciben una comida al día durante el tiempo de descanso, gracias a un programa del Programa Mundial de Alimentos que es manejado por World Vision.
“Cada escuela inscrita recibe arroz, frijoles, sal yodada y aceite vegetal en un promedio de 0,165 kilogramos por niño’’, afirma Stephania Noel, quien ha estado con World Vision Haití por cuatro años como coordinadora de los comedores escolares.
“A menudo, la comida en la escuela es la única que tengo durante el día”, confiesa Doudensky con una voz teñida de emoción mientras mira a su padre y a los otros miembros de la familia que lo rodean.
“Me siento muy mal por eso” confiesa el padre de Doudensky, Julien, de 53 años de edad. Pero no hay “mucho” que yo pueda hacer, continúa con sus ojos inundados de profundas emociones. Desde que Julien se convirtió en adulto ha estado cultivando maíz, frijoles y bananas para proveer alimento a su familia. “Ahora es difícil”, afirma.
“Durante la estación seca las cosas se ponen peor”, se queja el padre de ocho hijos.
“A veces guardo la mitad de mi comida en la escuela y la traigo a casa para compartir”, confiesa Doudensky justo antes de que su hermana Djepha, de 23 años, agregue “porque debido al dinero, los alimentos son un problema en mi comunidad”.
La mayoría de las personas cultivan las tierras, pero debido a la irrigación, las cosechas son pobres o incluso destruidas durante las fuertes lluvias seguidas de inundaciones.
El programa de comedores escolares es muy útil en comunidades como en las que viven Doudensky y su familia. “Hay más matrícula en las 269 escuelas registradas en el programa”, de acuerdo con Stephania Noel. “Y los niños permanecen en clase, también”, admite.
Doudensky se siente motivado de ir a la escuela no sólo por la comida del día, que está asegurada, sino porque él tiene un sueño. “Me gustaría convertirme en un sacerdote católico”, afirma. Este deseo nació desde el día en que el pequeño niño recibió el sacramento del bautismo en la iglesia de su comunidad.
“Si esto es Dios, deseo fuertemente que cumpla su sueño”, concluye Julien mientras abre sus brazos. Hay un largo camino antes de que Doudensky pueda vestir una sotana. Al menos hay una cosa de la que él está seguro. El niño de siete años que está fascinado con la lectura y la escritura, sigue enamorado de la escuela a medida que pasa el tiempo.